top of page
05_Monet_El puente.jpg

Sé lo que quiero, pero no lo quiero ya, que llegue de a poco, lentamente, que me de tiempo para acortar la brecha entre quererlo y estar listo.

Arte: Pullock.

LA PROPUESTA.

Sesiones individuales, de parejas y para familias desde una perspectiva humanística.

Acompaño a los pacientes en un viaje de redescubrimiento para volver a conectar con sus aspectos esenciales y desde ahí relacionarse con las problemáticas, los dilemas y los desafíos que ineludiblemente nos presenta el hecho de estar vivos.

Trabajamos con herramientas que por vía del dialogo socrático, la creatividad y la expresión corporal colaboran en la autoexploración y la introspección necesarias.     ​

 

​​

CARTOGRAFÍA.

​ 

• Aceptarse perdido.

Hay gente que nunca se pierde, que siempre tiene muy claro su rumbo y destino. No soy de esas, yo soy de las perdidas. Hay quienes nacimos perdidas, hay quienes nos distrajimos con ilusiones que nos perdieron hasta que descubrimos que el camino nos conducía hacía donde no queríamos ir. Pero las perdidas aprendemos que no tiene sentido pedir indicaciones, ni preguntar cuánto falta, porque no hay donde llegar, ni falta nada, porque las perdidas finalmente aceptamos que dejar de buscar y aceptarse perdida es una bella y misteriosa forma de encontrarse.

 

• Abrazar el espacio.

Me desperté con una sensación perenne: el espacio entre donde estoy y donde quiero estar, entre lo que soy y lo que quiero ser, entre como me siento y como me quiero sentir, entre acá y allá, no existe, y me dejé inundar por un agridulce sentimiento que fue acompañado de una paz que desafía toda lógica. Luego me cebé unos mates, me bañé, me cambié y salí al mundo como todos los días, me dí cuenta que seguía con mis miedos y anhelos de siempre, solo que ahora no eran algo a escapar o alcanzar, como la tierra no busca escapar de la luna ni alcanzar al sol.

Dar sombra y frutos.

Somos árboles. Sufrimos si nos lastiman, buscamos la luz, echamos raíces, tenemos hongos que nos fagocitan, perduramos. A veces morimos de pie. Algunos tenemos la suerte de pertenecer a un bosque, otros tenemos la desgracia de crecer en un páramo. Damos sombra, también frutos. Y todos esos movimientos que creemos hacer, no son más que el viento moviendo nuestras ramas, y todos esos bienes que creemos poseer, no son más que hojas que ya están por caer, y todos esos anhelos, no son más que nuestra perenne necesidad de agua para no perecer. Somos árboles, y, como los árboles, desconocemos que somos árboles y que nuestra savia está hecha de misericordia.

 

Soledad.

No creo que haya algo malo en mí. Soy como cualquiera. Y sin embargo la soledad me acompaña donde quiera que vaya, me sigue como mi sombra. No tengo problemas con ella, no me desespera, ni me inquieta. Pero la soledad ha hecho algo en mí, como si, lenta e imperceptiblemente, hubiera colonizado mi alma. Tengo mis libros, mi música, mis silencios, y aunque todavía fantaseo con poder compartir mi mundo, cada vez que se me presenta una oportunidad, elijo la soledad. Y ahora ya no sé si pedir ayuda o seguir disfrutándola.​

La búsqueda.

Desperté con la sensación de estar cada vez más lejos de mis anhelos, sin ganas de lucharla, cansada de tener que ser siempre yo. Me había ocurrido muchas veces antes, pero siempre había encontrado la manera de ignorarme y arrancar el día. Esta vez no. Tirada boca arriba en la cama no hice más que hacer la plancha en ese océano pacifico hasta que, de repente, se abrió sola la ventana y entró el sonido del mundo allá afuera. Una brisa me sorprendió e invitó a un pensamiento de aquello que me habita pero no es propio: lo que estoy buscando también me está buscando a mí.​

 

Tatuajes.

Mostré los tatuajes que me acabo de hacer: un delfín que se zambulle al  final de mi espalda, y una guerrera de  arco y flecha en la pantorrilla. Me dicen: ¿Y si te arrepentís? cuando te lo quieras sacar, no va a ser fácil. Yo contesto: nos han tatuado nombre, nacionalidad, religión, ideas y  prejuicios, eso tampoco sale tan fácilmente. Los tatuajes al menos los elegí yo.

Lamento.

Despierto llorando. Es un lagrimeo atmosférico, de intentar sacarme ese gran peso de encima. Después de unas horas de llorar siento que recién empiezo. Hago breves pausas para chapotear por el cuarto. Me crecen escamas y me destino para una vida acuática hasta que vuelvo a morder el anzuelo y termino en el balde de otro joven pescador, como todas las que han hecho del lamento un estilo de vida.​

Luminosidad.

Quiero perder la luminosidad de un pasado ficticio, quiero soltar el brillo de un futuro fantasma, quiero evitar el fulgor de una tristeza omnisciente. Quiero besarte, porque yo solo descanso de mi cuando estoy en vos. Y si después de amarte me ves enceguecido sin poder encontrarme, quiero que me mantengas a oscuras y no me digas donde buscarme.

Vacío.

Qué curioso es el vacío. Cuando no hay nada y parece que todo ha llegado a su fin. Me he pasado la vida luchando contra esa sensación, que es lo mismo que luchar contra la noche, el silencio, la pausa. Me he pasado la vida temiendo que ahí se esconda, agazapada, la muerte, porque no me animo a ver que es la vida, mi vida, la que muere y revive con cada latido mientras se cansa y se nutre de ese vació vital. Qué curioso es el pensamiento, todo es al revés de lo que me creí: por miedo a morir no lograba nacer.

Todo.

Ahora sé que puedo tener todo: salud, dinero, felicidad y vida eterna, pero lo que ya no puedo ignorar es que todo es todo, que todo incluye también enfermedad, pobreza, soledad, tristeza y muerte. Lo que no puedo es discriminar para tener la parte del todo que me gusta. Ahora sé que el todo es indivisible, si rechazo una parte, rechazo todo y me quedo con nada, que es lo mismo que sentir que nada es suficiente.

En mí.

En realidad fue mucho más simple de lo que me imaginaba: cansado de vivir de prestado, me mudé. Ahora vivo en mí.

© 2024 creado con entusiasmo por Feliz Comunicación 

bottom of page